Si en cualquier conversación en la que se hable de inversiones, banco o ahorro saliera a relucir la palabra “riesgo”, es habitual escuchar ese símil de “la posibilidad de perder dinero”. Y, efectivamente, existe una correlación entre la inversión y esa posibilidad de perder dinero. Dicho de otro modo, si tengo la intención de cosechar rentabilidad en una inversión, debo asumir un determinado riesgo. No hay otra.
Imaginemos que alguien realiza una inversión en un negocio concreto, pues existen múltiples variables que pueden hacer que ese negocio sea rentable o no. Nadie en su sano juicio se va a embarcar en un proyecto empresarial con el firme propósito de perder su inversión. Ya sea montar un kiosko de golosinas o constituir una empresa que se dedique a la exportación en países de extremo oriente. Todo el mundo realiza esa inversión para la búsqueda de rentabilidad y generar ingresos que hagan que esa inversión merezca la pena.
Otro ejemplo más claro lo tenemos en la inversión en vivienda con la intención de disponerla en alquiler y generar rentas por ese alquiler. Esas rentas mensuales de alquiler supondrán la rentabilidad que quiero obtener por la inversión. Seguro que alguien me dirá que además ese inmueble se revalorizará y también supondrá una rentabilidad por sí mismo. Y no puedo estar mas de acuerdo, con la simple diferencia de que esa rentabilidad que genera ese inmueble difícilmente la va a poder calcular hasta que no venda la propiedad del mismo. Mientras que la renta de alquiler no quepa la menor duda de que la va a tener en cuenta como tal desde el minuto uno que la tenga pactada con el inquilino.
Dicho esto, y volviendo al concepto “riesgo”, es evidente que el hecho de que el inmueble no se alquile o que el inquilino nos deje a deber la renta de alquiler, supone un ejemplo de ello. En conclusión, el hecho de que vaya a rentabilizar mi inversión, precisa de una asunción de riesgo.
Pero, ¿qué ocurre cuando no hago nada más que mantener mi capital inmóvil?
Cuando decido que en una cuenta corriente, en una caja fuerte, o debajo de una loza del suelo que se mueve allí en el trastero de mi casa, el dinero está lo suficientemente “seguro”, a sabiendas que encontraré la misma cantidad de dinero que dejé en su momento una vez que lo vaya a necesitar. Pues aquí es donde se incorpora en la ecuación nuestro amiga “la inflación”.
Habitualmente, a través de las noticias, llega a nuestros oídos diversas noticias sobre el efecto inflación, haciendo relación a la famosa “cesta de la compra”. No hace falta muchas veces un ejercicio especial para darse cuenta de ello. Imaginemos que echamos una mirada a hace 20 o 30 años atrás y nos situamos frente a una carta de precios. La sorpresa puede llegar a ser importante. Solo relacionando eso a nuestro dinero en el bolsillo podemos ver como la cantidad de productos que se pueden comprar con el mismo dinero es cada vez menor. Eso que viene a llamarse, la pérdida de poder adquisitivo.
Es más, por ello, en las negociaciones colectivas en las empresas es tan importante que se aclare cómo afecta en la evolución de los salarios ese matiz. Ni que decir tiene cuando los pensionistas se echaron a la calle para reclamar que la evolución de sus pensiones no podía ser ajena a este efecto tras la famosa reforma de la ley de las pensiones que se llevó a cabo en España años atrás.
Si unimos este concepto a la cuestión anteriormente planteada, ¿qué creéis que podrá ocurrir?, ¿qué ocurre con nuestro dinero si éste, con el paso del tiempo, no va más allá de esa cuenta corriente?
Efectivamente, el dinero va perdiendo valor.
Si somos curiosos, podemos ver esa merma que se produce en el mismo con el paso del tiempo a través de la web del Instituto Nacional de Estadística (INE), el cual, a través del concepto del Indice de Precio de Consumo (IPC), estipula el valor del efecto de la inflación en España.
Llegado aquí, puedo reformular la cuestión de, ¿qué es el riesgo?
Entendido como la “posibilidad de perder”, ya sabemos que tenemos la “certeza de perder” obligados por la inflación.
¿Qué puedo hacer entonces?
Hay maneras de combatir dicho efecto sobre nuestros ahorros, sólo debemos utilizar la vía que se adapte a nuestras circunstancias, nuestro perfil y nuestros objetivos vitales. Sabiendo cual es el punto de partida, ya tienes parte del trabajo hecho para ello. Si no tienes forma de hacerlo, asesórate con un profesional.